De cuando Adamo Boari inmortalizó a su perrito en el Palacio de Bellas Artes

Ricardo Lugo Viñas

En los costados de una entrada del ahora Palacio de Bellas Artes, los escultores ornamentaron con alusiones a Aída, la perra setter del arquitecto Adamo Boari.

 

1897, junio. El gobierno de México, a iniciativa del presidente Porfirio Díaz, lanza una convocatoria internacional para diseñar y construir un nuevo Palacio Legislativo, siguiendo la tradición de los grandes edificios parlamentarios del mundo. El concurso tuvo buen recibimiento y amplia participación; sin embargo, el jurado calificador decidió declarar desierto el primer lugar y seleccionó siete proyectos que dividió en cinco lugares (ver Relatos e Historias en México número 43, de marzo de 2012).

Finalmente, los miembros del jurado se inclinaron por el segundo lugar, el proyecto presentado con el número 17 cuyo autor resultó ser el ingeniero y arquitecto Adamo Boari (1963-1928), originario del poblado de Ferrara, Italia, pero que en aquel momento residía en una de las ciudades más importantes para la escuela de la arquitectura y la ingeniería moderna: Chicago, EUA.

Ahí, Boari había trabajado en uno de los más prestigiosos estudios arquitectónicos del momento, la empresa Burnham & Root, pero en los últimos meses se había esforzado por echar a andar, sin demasiado éxito, su propio estudio de diseño arquitectónico. De modo que, al enterarse del fallo del jurado mexicano, juzgó oportuno trasladarse a nuestro país y reclamar su “derecho” a ejecutar la construcción del proyecto ganador.

El ferrarés encalló sus naves y arribó a México en la primavera de 1898, con sus escasas pertenencias a cuestas y en compañía de su fiel mascota Aida, una oscura perrita de raza setter. En tierras mexicanas se enteró que el proyecto del nuevo edificio del parlamento –que como sabemos quedaría inconcluso y actualmente es el Monumento a la Revolución– le había sido encomendado al arquitecto Emilio Dondé.

Al respecto, Adamo intentó ejercer presión diplomática, se entrevistó con el presidente Díaz (quien, casi como premio de consolación, le encargó una estatua ecuestre que jamás se realizó), hasta que, al fin, gracias a las buenas migas que trabó con el poderoso ministro de Hacienda José Yves Limantour, logró que le asignaran la construcción del Palacio de Correos y del nuevo Teatro Nacional, actualmente Palacio de Bellas Artes, al alimón y bajo la supervisión del ingeniero mexicano Gonzalo Garita.

En esta última obra Boari tuvo verdadera influencia y libertad. Para la ornamentación de las cuatro caras exteriores del Palacio, pidió a su amigo Gianetti Fiorenzo esculpir en mármol de Carrara flora y fauna mexicana: florones de amapolas, girasoles, flores de ocote, piñas; mascarones de coyotes, monos, lobos, serpientes, chivos y jaguares, además de caballeros águila y guerreros jaguar.

De entre todos los mascarones empotrados en las fachadas del edificio (que en el origen se pensó exclusivamente para escuchar ópera), solo uno no representa a un animal mexicano. Resulta que durante el proyecto de construcción del Palacio –que sería concluido por el arquitecto Federico Mariscal hasta 1934, pasada la Revolución mexicana– la perrita de Adamo, Aida (como la ópera de Giuseppe Verdi), que lo acompañaba religiosamente todos los días a la obra, falleció.

Sin pensarlo dos veces, Boari solicitó a Fiorenzo que esculpiera el mascarón de Aida y lo incluyó, como un cariñoso homenaje, en la portada principal del Palacio de Bellas Artes, donde aún permanece.

 

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Un perrito en el Palacio de Bellas Artes