Santa Catarina de Alejandría

Y la sabiduría femenina: de Hipatia a Sor Juana

Antonio Rubial García

Alejandría era la ciudad más cosmopolita del Mediterráneo oriental; situada en el delta del río Nilo, fungía como la capital comercial y cultural de Egipto y una de las urbes más refinadas y prestigiosas de la Antigüedad. Fundada por Alejandro Magno, de quien tomó su nombre, el faro de su puerto fue considerado una de las siete maravillas del mundo y su museo era un importante centro de saber e investigación; en su biblioteca se albergaban obras de ciencia, filosofía y literatura; en sus estancias se hacían traducciones al griego de textos provenientes de varias lenguas, y en sus salones, sabios helenistas discutían todo tipo de temas.

En esa ciudad, las comunidades judía y cristiana prosperaban, y en ella surgió un relato que tenía como protagonista a una mujer sabia llamada Catarina, cuyo nombre provenía de la raíz griega kataros, que significa “pura”. Su pasión y muerte fueron descritas en un texto griego del siglo VI, muy tardío respecto a otros que se conservan de mujeres mártires. En él se narraba que, cuando el emperador Majencio fue a Egipto, ordenó a todos sus habitantes hacer sacrificios a los dioses. Catarina, hija del rey Costo, se negó a hacerlo e invitó al emperador a un debate público en el cual la futura mártir convirtió al cristianismo a los cincuenta sabios con los que disputó. Esto no la libró de ser encarcelada y en su celda recibió el consuelo de Cristo y sus ángeles; desde ahí logró convencer a todo aquel que la visitaba, incluida la emperatriz y el general Porfirio, para que recibiera el bautismo.

Finalmente, Catarina fue entregada al suplicio en un potro formado por cuatro ruedas llenas de cuchillas afiladas, que se quebraron al contacto con la piel de la santa. Al igual que se describe en la vida de otras mártires, murió decapitada. Tenía apenas dieciocho años y de su cuello brotó leche en lugar de sangre. Algunos autores contemporáneos sugieren que el relato sobre esta santa tuvo posiblemente la intención de suplantar la memoria de la sabia neoplatónica Hipatia de Alejandría, muerta a principios del siglo V. El cronista Sócrates Escolástico, quien escribió cuatro décadas después de los hechos, señala que esta mujer excepcional, adscrita al museo de Alejandría, había sido asesinada a causa de su negativa a profesar la fe cristiana y que los perpetradores fueron unos monjes fanáticos seguidores del obispo san Cirilo.

Hipatia, amiga y consejera de Orestes, el gobernador romano de Egipto, se vio envuelta en los conflictos entre el intolerante patriarca y el representante del imperio. Cirilo veía en ella el peligro del regreso del “paganismo” y en Orestes un enemigo político. El asesinato de Hipatia fue orquestado como parte de ese enfrentamiento.

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