La creación del Museo de Meteoritos en 1893

Extraterrestres en México

Lucero Morelos Rodríguez

Los restos de la meteorita más grande rescatada en el país adoptó una forma cónica u orientada que se esculpió durante su ingreso a la atmósfera. En una parte de su superficie tiene grabada la inscripción “Solo Dios con su poder, este fierro destruirá, porque en el mundo no habrá, quien lo pueda deshacer. A. 1828”.

 

El origen de la meteorítica en México

La primera noticia científica sobre las rocas extraterrestres en nuestro país fue elaborada por el polímata novohispano José Antonio Alzate y Ramírez (1737-1799), quien en 1784 describió el “fierro virgen de Xiquipilco” (actual Jiquilpilco, Estado de México), en la Gaceta de Literatura de México, primer periódico científico de nuestra patria. Más tarde, en 1792, mismo año que inició actividades el Real Seminario de Minería (primera escuela de ingeniería y cuna de las ciencias en América), Alzate redactó un artículo sobre las herramientas forjadas en Jiquipilco con hierro meteórico y más tarde se vio envuelto en una controversia con el mineralogista prusiano Friedrich T. Sonneschmidt (1763-1824) sobre la meteorita de Zacatecas; discutieron sobre la rareza del mineral, el análisis de sus composiciones y las estimaciones de su peso. La roca espacial Zacatecas fue conocida tempranamente en Europa, toda vez que, cuando el sabio prusiano Alexander von Humboldt visitó nuestra nación en 1803, llevó consigo varios fragmentos que tuvieron como destino museos y colecciones privadas allende el océano Atlántico.

En esta época quedó establecido en el mundo que cuando se observaba el paso por la atmósfera y se recuperaba la roca, se trataba de una “caída”, mientras que cuando se ignoraba cuándo había caído y se localizaba la roca, se trataba de un “hallazgo”. Para su identificación, quedó establecido que recibirían el nombre de la ciudad, pueblo, villa o hacienda más cercana de su localización. Ingenieros, exploradores, hombres de ciencia y diplomáticos extranjeros arribaron a México desde el siglo XIX, dando cuenta de las meteoritas Zacatecas, Charcas en San Luis Potosí y Adargas o Concepción en Chihuahua, por mencionar algunas. Simultáneamente, la elite científica mexicana agrupada en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1833) y la Sociedad Mexicana de Historia Natural (1868), estudió esos ejemplares y redactó artículos sobre su origen, caída o hallazgo y composición química y mineral.

El museo de meteoritas

Al cruzar uno de los tres arcos del Palacio de Minería, en la calle de Tacuba número 5 en el Centro Histórico de la Ciudad de México, el visitante es recibido por un cuarteto de grandes masas de hierro conocidas como meteoritas octaedritas, cuya composición es hierro y níquel. Son ejemplo de hallazgo este conjunto de meteoritas de Chihuahua y Zacatecas, conocidas desde el siglo XVI por los primeros exploradores españoles enviados por Hernán Cortés al norte en búsqueda de nuevas riquezas, quienes señalaron en la relación de sus itinerarios unas grandes masas de metal que sirvieron de señal para orientarse en su ruta. Esta colección está integrada por las meteoritas Chupaderos I, Chupaderos II, Morito o San Gregorio y Adargas o Concepción, que desde 1893 están exhibidas en el pórtico del recinto educativo.

Desde hace 130 años, es uno de los contados lugares en el mundo donde se pueden tocar y observar fragmentos de planetas destruidos hace miles de años, cuando se dispuso su exhibición en el recinto ocupado por la Escuela Nacional de Ingenieros y el Instituto Geológico de México, ambas instituciones dirigidas por el ingeniero de minas Antonio del Castillo (1820-1895), pionero de las ciencias geológicas nacionales.

Esta personalidad polifacética se desempeñó como hombre de ciencia, político y funcionario en los gobiernos de Mariano Arista, Antonio López de Santa Anna, Maximiliano de Habsburgo, Benito Juárez y Porfirio Díaz. Participó como catedrático del Colegio de Minería, la Escuela Práctica de Minas del Fresnillo y la Escuela de Ingenieros, la cual dirigió entre 1877 y 1895.

Desde esa posición concibió una institución dedicada exclusivamente a las cuestiones geológicas y mineras con independencia de la Escuela de Ingenieros, y que llevó por nombre Instituto Geológico de México, creado bajo el auspicio del general Carlos Pacheco, secretario de Fomento en 1888. Del Castillo estuvo al frente del primer instituto de investigación geológica, hasta su muerte en 1895.

 

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