La batalla de San Jacinto

21 de abril de 1836

Gerardo Díaz

La vanguardia del ejército mexicano al mando del presidente de México general Antonio López de Santa Anna, integrada por 1,200 hombres, aproximadamente, y una pieza de artillería. Por el otro bando, alrededor de 850 separatistas texanos bajo el mando de Samuel Houston. En pleno descanso, las tropas mexicanas fueron sorprendidas. No hubo capacidad de reacción ante los primeros disparos de los separatistas. Al caer abatidos varios oficiales, reinó el desorden y no pudo reorganizarse la defensa. Las bajas fueron muy altas para los mexicanos. Entre muertos y prisioneros, prácticamente se perdió toda la vanguardia. Santa Anna logró escapar a caballo, pero al poco tiempo fue capturado. El resto del ejército, fuerte en unos 3,000 hombres, se encontraba a pocas horas de distancia, pero obedeció al general cautivo y regresó al río Bravo. Texas reclamó su independencia.

 

La pérdida de Texas se suele atribuir a la erogación de la Constitución de 1824, así como a la transición a un gobierno centralista que comenzó en 1835 con el planteamiento de las Bases de Reorganización de la Nación Mexicana conocidas como Siete Leyes. Los mismos texanos, en su declaración de independencia de 1836, señalan que esto dio “lugar a un despotismo central y militar, a consecuencia del cual se desconocen los intereses generales, a excepción únicamente de los del ejército y los del clero, enemigos eternos de la libertad civil”.

En realidad, las causas de la escisión fueron más complejas y profundas; desde el establecimiento de los colonos de Moses Austin en 1821 y la solicitud de reconocer a Texas como una entidad federativa separada de Coahuila. La reforma con las Siete Leyes fue la excusa ideal para responsabilizar al general Antonio López de Santa Anna, quien nada tuvo que ver con su implementación.

Iniciada una franca rebelión, el propio Santa Anna se empeñó en sofocarla. Para el 6 de marzo de 1836 en la célebre batalla de El Álamo, el ejército mexicano dio una contundente lección a los filibusteros y se dispuso a exterminar de igual manera a cualquier grupo insurrecto que se encontrara a su paso.

Mientras incursionaba cada vez más al norte en busca de Samuel Houston y el grueso de los rebeldes, Santa Anna fraccionó a su ejército para aumentar su zona de exploración. El 20 de abril acampó a orillas del río San Jacinto (en el área de la actual ciudad de Houston), confiado en que era el persecutor y no el perseguido.

Al día siguiente, grande fue la sorpresa cuando los texanos iniciaron el ataque. La estrategia fue tan simple que parece increíble. Desplegados en línea, los texanos abren fuego con todo lo que tienen ante un ejército mexicano que no procuró siquiera mantener un batallón en guardia. Es en realidad un tiro al blanco. Varios oficiales caen y con ellos el orden. Con todo, los más ágiles logran contestar el fuego y herir a Houston.

En menos de veinte minutos la batalla está ganada. Hay cientos de muertos y prisioneros mexicanos. Santa Anna huye a caballo para luego ser apresado. Es obligado a redactar una orden en la que indica a su ejército que regrese hasta el río Bravo. En una polémica decisión, el segundo al mando, general Vicente Filisola, acata la orden. Un ejército de 3,000 hombres, capaz todavía de hacer frente y derrotar a los texanos, da marcha atrás.

Curioso: el pretexto de los texanos, el exacerbado centralismo de las famosas Siete Leyes, se aplicó hasta enero de 1837. En ellas se incluyó el Supremo Poder Conservador, una herramienta jurídica autónoma ideada para evitar que los otros tres poderes, sobre todo el Ejecutivo, sobrepasara sus facultades. Como ordenar un repliegue absurdo del ejército.

 

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