Justo Sierra. La importancia de la educación

Ma. Eugenia Aragón Rangel

Sierra fue nombrado secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1905. El presidente Díaz lo dejó hacer su trabajo y lo apoyó a pesar de los conflictos que para entonces había en el seno del gobierno y entre el grupo de los “científicos”.

 

Después, Sierra solicitó licencia ilimitada en la Suprema Corte de Justicia y dejó la cátedra del Conservatorio de Música y Declamación para promover los distintos tipos de enseñanza en la primaria, la normal y la preparatoria, recinto particular del germen de una gran renovación política, social y religiosa y en el que residían la ciencia y el progreso. Considerando estas cualidades, aceptó la cátedra de historia y cronología en la Escuela Nacional Preparatoria. Esto le infundió bríos para preparar adecuadamente la redacción de un texto para el curso que reemplazara a los textos clásicos. Titulado Compendio de historia de la antigüedad, fue la primera iniciativa de gran proporción que emprendió en el campo de la historiografía.

Al cabo de dos años, poco antes de que naciera el tercero de sus hijos (María Concepción), perdió a su inolvidable hermano Santiago en un duelo que este sostuvo con el periodista Ireneo Paz. En septiembre fue elegido diputado suplente por Sinaloa; en octubre propuso dar a la instrucción primaria el carácter de obligatoria, y en noviembre presentó la iniciativa para erigir un panteón nacional (Rotonda de los Hombres Ilustres) destinado a guardar los restos de todos aquellos mexicanos notables en la guerra, los puestos públicos, la ciencia, la industria, las letras y las artes. Esta propuesta cristalizó su vieja idea de crear las fiestas de la República con carácter educativo y activamente popular.

Recién nombrado presidente Manuel González, en 1881 los viejos liberales manifestaron su interés por la creación de un nuevo plan de estudios que suprimiera el sistema positivista y con él a la Escuela Preparatoria. Adelantándose a los hechos, Sierra lanzó el proyecto de crear la Universidad Nacional, en la que incluía la Escuela Preparatoria y una Escuela de Altos Estudios. En él concebía a la Universidad diferente a lo que había sido la institución colonial, o bien, a lo que eran las universidades estadounidenses. Propuso una universidad que se apoyara en la realidad mexicana, que gozara de autonomía científica y atendiera las necesidades tanto de docencia como de investigación, la cual se realizaría en el campo de los estudios históricos, jurídicos, arqueológicos, económicos, literarios, políticos y artísticos. Al grandioso proyecto solo se sumaron las diputaciones de Aguascalientes, Jalisco, Puebla y Veracruz; aunque lo defendió con suma convicción, tardaría treinta años en hacerse realidad.

Sin perder los ánimos, abogó por que el método educativo enseñara a pensar y no a memorizar; que la educación primaria fuera nacional, integral, laica y gratuita, y que en ella iniciara el estudio de la historia (con este fin redactó la obra Elementos de historia general para las escuelas primarias en 1885); por multiplicar y mejorar maestros y escuelas, y por no perder “nuestro carácter latino y nuestro carácter nacional ahora que los hombres de otros países y con otras aspiraciones vienen a mezclarse en nuestros negocios domésticos”.

En 1889, junto con Francisco Sosa (coterráneo y amigo de la infancia) y los jóvenes Manuel Gutiérrez Nájera, Jesús E. Valenzuela y Manuel Puga y Acal, crearon la Revista Nacional de Letras y Ciencias, de la que fue director. El estilo de corte modernista de la publicación vino a marcar una nueva época en la vida de Sierra. Fue aquí donde publicó su significativo ensayo México social y político y el bosquejo de su libro La evolución política del pueblo mexicano. Gracias a ese grupo de trabajo, siguió sucesivamente ligado a las modernistas Revista Azul y Revista Moderna, a la vez que tenía como discípulos a Leandro Izaguirre, Jesús Trillo, Amado Nervo y Antonio Caso.

En 1890 (año en que muere su madre) y 1891 fue elegido presidente de los congresos nacionales de Instrucción Pública en reconocimiento a sus inquietudes y ocupaciones educativas, por lo que publicó Obras completas: Bases de la educación nacional y Manual escolar de historia general, y hacia 1894 Elementos de historia patria y el Catecismo de historia patria.

 

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Justo Sierra. La cabeza de la transformación educativa en el Porfiriato