Recuento de los daños al patrimonio histórico mexicano tras los terremotos de septiembre de 2017

Herida letal a la memoria de los pueblos

Guadalupe Lozada León

Es de llamar la atención la similitud de aquel terremoto de hace casi 160 años con el que vivimos los aterrados habitantes de Ciudad de México el pasado 19 de septiembre de 2017, fecha por demás simbólica al conmemorarse precisamente en ese día los 32 años de otro terrible movimiento telúrico que devastó una buena parte de la ciudad.

 

Ciudad de México, y el país en general, han sido sometidos a lo largo de su historia a una serie de terremotos que se quedaron en la memoria colectiva por el nombre de alguno de los edificios colapsados o del santo cuya festividad se celebraba en ese día.

Las inolvidables tragedias

Según escribe el cartógrafo mexicano Antonio García Cubas en su Libro de mis recuerdos (1904), los que pueden considerarse como los de mayor intensidad en la primera mitad del siglo XIX son el de San Juan de Dios, del 8 de marzo de 1800; el de la Encarnación, del 25 de marzo de 1806; el de Santa Mónica, del 4 de mayo de 1820; el de Santa Cecilia, el 30 de noviembre de 1837; el que derribó la cúpula de Santa Teresa, el 7 de abril 1845, y el de Santa Juliana, del 19 de junio de 1858.

García Cubas hace una detallada crónica del sismo de 1858: “Este ha sido uno de los más terribles que el autor del presente libro ha tenido ocasión de observar. Hallábase en la Calzada de Chapultepec, camino a la capital, cuando se hizo sentir un fuerte sacudimiento trepidatorio, a las nueve y cuarto de la mañana; a ese movimiento siguieron fuertes oscilaciones, que violentamente cambiaron de dirección transformándose al fin en movimiento ondulatorio. Los campos de la hacienda de la Condesa se hundían y levantaban por tramos alternativamente, haciendo chocar las aguas de las acequias, obligadas a dirigirse en direcciones encontradas, o a precipitarse en cascada sobre las acequias transversales, a causa del repentino desnivel producido por el irregular movimiento de la tierra; los árboles de la calzada se azotaban unos contra otros, produciendo un confuso ruido con el choque de sus follajes y, la extensa arquería que remataba en el Salto del Agua, adquiría los sinuosos movimientos de una culebra que se arrastra por el suelo y rompiéndose a la vez por muchos puntos, desprendía chorros de agua espumosa que abrillantaba la luz del sol mas, a causa del terror que en tales momentos embargaba el ánimo, la belleza del espectáculo solo servía para acrecentar el pavor.

“Los movimientos debieron ser contrarios en la capital y así se explica el efecto mecánico producido que determinó, en las bóvedas de unos templos y en las techumbres de no pocos edificios, anchas y extensas aberturas que se correspondían en una misma dirección. La iglesia de San Pablo, la Universidad, el Palacio, el Sagrario, Santo Domingo y las casas intermedias, sufrieron daños por el funesto movimiento.

“La ciudad quedó en un estado lastimoso: cerráronse los templos, entre ellos los del Sagrario y San Fernando; se apuntalaron innumerables casas, se prohibió el tránsito de carruajes por las calles; la Alameda abrió sus puertas por las noches para dar albergue a los que abandonaban sus hogares que amenazaban ruina. Tal fue el terrible terremoto de 1858 que se hizo sentir en muchos lugares de la República”.

El fatídico presente

Es de llamar la atención la similitud de aquel terremoto de hace casi 160 años con el que vivimos los aterrados habitantes de Ciudad de México el pasado 19 de septiembre de 2017, fecha por demás simbólica al conmemorarse precisamente en ese día los 32 años de otro terrible movimiento telúrico que devastó una buena parte de la ciudad.

En el más reciente sismo, los movimientos oscilatorios que, como hace 159 años, “se transformaron en ondulatorios”, causaron como entonces grandes estragos en la hoy colonia Condesa, otrora una hacienda cuyos campos “se hundían y se levantaban por tramos”, situación que en la actualidad causó el derrumbe de varios edificios levantados en donde antes solo había tierras de labor. En cuanto a los pocos arcos que se conservan hoy del acueducto de Chapultepec, afortunadamente no se rompieron; no así los templos cuyos desgastados muros sufrieron los efectos del terrible movimiento sísmico.

A pesar de la gravedad y la emergencia, al momento de escribir estas líneas no se había publicado un listado completo y detallado de los daños causados al patrimonio cultural a lo largo y ancho de los once estados afectados en el país. De acuerdo con la página web de la Secretaría de Cultura (https://goo.gl/wAhcpB), en donde es posible abrir un dossier especial sobre el patrimonio dañado, se estima que fueron 1 500 los inmuebles con afectaciones de moderadas a severas, como consecuencia de los dos sismos ocurridos los días 7 y 19 de septiembre, además de la réplica del 23 siguiente.

Se señalan 325 en Oaxaca, con los templos de Juchitán y el convento de Santo Domingo en Tehuantepec incluidos; 102 en Chiapas, entre los que destaca la catedral de San Cristóbal en Chiapas; trescientos inmuebles afectados en Morelos, aunque solo se señalan los once monasterios del siglo XVI, a los pies del Popocatépetl; 250 inmuebles en Puebla, entre los que destacan el templo de los Remedios en Cholula y el ex convento de Huaquechula; 244 en Estado de México, entre los que figuran el templo de Ocuilán y la iglesia de San Francisco de Asís en Valle de Bravo. En Guerrero señalan setenta inmuebles con afectaciones y colocan en primerísimo lugar a Santa Prisca, en Taxco. Respecto al estado de Hidalgo, se dice que hay diecinueve inmuebles dañados, pero solo menciona el magnífico ex convento de San Andrés Apóstol, en Epazoyucan. En cuanto a Tlaxcala, solo señala cien inmuebles, pero no da un solo ejemplo.

Increíblemente, respecto a Ciudad de México, en donde se dice que hay 89 sitios siniestrados, se menciona solamente, de manera genérica, “el Centro Histórico de Ciudad de México y Xochimilco”, y “la “iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles”.

Como parte final, la Secretaría desglosa esquemáticamente su plan de acción de siete puntos, en el que se comienza por la organización de cincuenta brigadas de especialistas para registrar los daños, lo cual arroja que cada grupo deberá evaluar treinta inmuebles, cuando menos. De ahí se pasa al levantamiento del censo; es decir, el recuento efectivo de los sitios afectados. Como tercer punto, el cierre, acordonamiento y apuntalamiento. Posteriormente se pasa al resguardo de la obra artística, la recuperación de testimonios arquitectónicos y el retiro de escombros, la estimación económica de las obras y el inicio de las mismas.

Dada la gravedad de las circunstancias actuales, los cuatro primeros puntos deben llevarse a cabo de manera simultánea, a riesgo de perder aún más de la riqueza de estos sitios. Es bien sabido que, en lugares específicos de Morelos o Oaxaca –los menos afortunadamente–, ya se demolieron en su totalidad o en parte algunos inmuebles religiosos y civiles, considerados patrimonio cultural.

El caso de Ciudad de México resulta emblemático por muchas razones. Al concentrar el mayor número de inmuebles catalogados como patrimonio cultural del país tan solo en el Centro Histórico que, al mismo tiempo, está inscrito desde 1987 en la lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad de la UNESCO junto con Xochimilco, la Casa-Estudio Luis Barragán y el campus central de Ciudad Universitaria. Por ello, si solo tomáramos en cuenta estos sitios, el resultado es preocupante. Por otra parte, se sabe que la escultura de la Esperanza, una de las tres virtudes teologales, junto con la Fe y la Caridad, obras del arquitecto e ingeniero español Manuel Tolsá que estaban colocadas arriba del reloj central de la Catedral Metropolitana, se vino al suelo, partiéndose en pedazos, así como la cruz de la torre oriente que cayó sobre la bóveda del Sagrario metropolitano que, evidentemente, se agrietó. No se han dado datos más precisos respecto a los bienes muebles que se encuentran al interior de ambos recintos.

También en el Centro Histórico, el templo de Loreto –históricamente desnivelado y muy abandonado en los últimos veinte años– sufrió el aumento de las grietas de la cúpula y desprendimientos en los muros, aunque poco se sabe de las condiciones en las que se encuentra el interior. Lo mismo pasa con el templo de San Fernando, que desde afuera muestra daños en la fachada, pérdida de algunos adornos y copones, así como en la cornisa que divide al primero del segundo cuerpo y la que rodea el arranque de la torre. En tanto no se proporcione información oficial, el temple permanecerá cerrado, por lo que no se sabe en qué condiciones se encuentra el interior.

En Santo Domingo no se aprecian daños mayores y se encuentra abierto al público, aunque a simple vista, las grietas que ya existían en el piso del pasillo poniente se abrieron de manera evidente. Lo mismo pasa con la Profesa, en la esquina de Isabel la Católica y Madero, cuya inclinación hacia el oriente resulta preocupante.

En lo que respecta al sur de Ciudad de México, los periódicos han publicado fotografías de la Facultad de Medicina de Ciudad Universitaria en las que se ven agrietamientos y alguna separación entre los bloques construidos. De Xochimilco, poca es la información proporcionada, aunque en la prensa y las redes sociales han circulado imágenes en las que se aprecia al templo de San Bernardino cerrado y con parte de la barda perimetral del atrio colapsada. Este es el principal recinto religioso de la localidad, una obra del siglo XV que cuenta con uno de los tres retablos de la misma centuria que se conservan en el país.

Más graves fueron sin duda los daños causados al templo de San Gregorio Atlapulco, también en Xochimilco, que por lo poco que se ha informado, estuvo próximo a desaparecer. Asimismo, el templo de la Asunción de María de Villa Milpa Alta perdió su campanario y se agrietó la bóveda. La torre de San Juan Bautista en Coyoacán perdió su cruz; esta, en su caída, lastimó parte de la portada.

Pero una de las pérdidas más llamativas en la capital del país ha sido la cúpula del templo de Nuestra Señora de los Ángeles, sucedida seis días después de ocurrido el sismo, lo que hace suponer que de haberse apuntalado a tiempo, la historia podría ser diferente.

 

Esta publicación sólo es un fragmento del artículo "Herida letal a la memoria de los pueblos" de la autora Guadalupe Lozada León. Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #111 impresa o digital:

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