El legendario Cajeme

El misterioso líder guerrero de los yaquis en el siglo XIX
Manuel Hernández Salomón

 

Buena parte de la vida de Cajeme ha quedado en el misterio. Arropado por la historia y la leyenda, en el norte de México algunos lo recuerdan como un símbolo de lucha y resistencia, el adalid de la causa yaqui contra la intervención y los abusos del gobierno; en contraste, muchos de los suyos no lo bajan de traidor. Con base en testimonios locales y documentos de Sonora, Hernández Salomón contribuye a derribar algunos de los mitos e incógnitas en torno a este popular personaje.

 

 

José María Leyva Pérez nació en Hermosillo, Sonora, en 1837; fue hijo de Francisco Leyva y Juana Pérez, indígenas originarios de pueblos yaquis. Muy joven fue conducido, desde el barrio La Matanza en Hermosillo, hacia la Alta California por su padre, quien iba en busca de fortuna a causa de los ricos yacimientos de oro descubiertos en la sierra de esa región a escaso tiempo de que ese territorio pasara a manos de Estados Unidos, como consecuencia del Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848.

 

Es posible que, en esa aventura, el jovencito se haya ganado su apodo de Cajeme (“que no bebe”), durante el trayecto y cruce del hostigante desierto sonorense.

 

Luego de retornar sin fortuna al país, a José María ya se le encuentra en Guaymas a los quince años; allí realiza labores de sirviente en la casa del jefe de la Guardia Nacional en tiempos de las expediciones del filibustero francés conde Gaston de Raousset-Boulbon en Sonora, entre 1852 y 1854. Luego se incorpora al servicio de los Urbanos de Guaymas; ahí vive su primera experiencia en las armas al lado de los militares.

 

Después, sin conocerse los motivos y aunque los yaquis no acostumbran o no les gusta salir, menos viajar fuera de su territorio, Leyva Pérez parte, sorpresivamente, vía marítima a lo que hoy es el estado de Nayarit. En Tepic aprende y desempeña el oficio de herrero (tarea muy ajena a la cultura yaqui). Poco tiempo después se incorpora al Batallón Fijo de San Blas, del cual deserta. Luego va a trabajar a un mineral en Acaponeta, en donde es puesto preso, durante corto tiempo, a causa de su infidelidad a la milicia.

 

Contra sus hermanos de raza

 

Tras su aventura fuera del estado, Cajeme retorna a Guaymas, no sin antes haber prestado servicios como soldado en las fuerzas que comandaba el general Jesús García Morales en Sinaloa. En dicho puerto sonorense se le ve libre, pero no por mucho tiempo porque se da de alta, como voluntario, en las tropas auxiliares que forma el gobierno del estado para combatir las constantes rebeliones y desmanes de las tribus de los ríos Yaqui y Mayo.

 

Dicho cuerpo militar estaba compuesto por indígenas, regularmente de la misma etnia a combatir. Fue así como al cumplir sus treinta años Cajeme se vio envuelto en una guerra contra sus hermanos de raza. Fue tan formidable y distinguido su desempeño en el campo de batalla en el territorio de los suyos, en contra de sus “mismos parientes”, que llegó a obtener el grado de capitán y el mando de cien hombres de su tribu, de modo de que a la vista de los yoris (blancos) se le pudo calificar como mercenario, y de torocoyori (que actúa como blanco) por los de su raza.

 

Su trabajo en el ejercicio de someter rebeldes yoemes o yaquis fue reconocido por las autoridades sonorenses, de modo que le otorgaron el nombramiento de alcalde mayor de las tribus del Yaqui y del Mayo. Es 1874 y Cajeme tiene 37 años de edad. Le quedan tan solo trece de vida...

 

Un mismo nombre, distintos personajes

 

El misterio de la vida de este personaje es difícil dilucidarlo. Para empezar, hay varios homónimos de los que tenemos registro en el estado por aquellos mismos años, o hay casos en los que Cajeme aparece como apellido. Así lo muestran archivos parroquiales locales, lo que indicaría que su apelativo era común entonces. Por ejemplo, en la iglesia de Navojoa, el 6 de octubre de 1884, el presbítero Adolfo Zazueta bautizó solemnemente a Julio, de diez meses y un día, hijo legítimo de Demetrio Cajeme y Reyes Díaz. Asimismo, en la misma ciudad, el 5 de abril de 1924 quedó asentado en el “Acta Número 72” que ante Clemente Álvarez, juez del estado, compareció el señor José María Leyva Cajeme, de 44 años, “casado, militar con domicilio en este lugar”.

 

A ello se agrega, causando igualmente confusión, una ficha hallada en el Archivo General del Estado de Sonora (tomo 8, caja 340, año 1886), en la que se lee: “El obeso Cajeme: señas particulares: Estatura regular, bastante gordo, ojos grandes, labios muy gruesos, lampiño, con poco bigote, mucho pelo negro. Señas particulares: le falta la mitad del dedo índice de la mano derecha, habla bien español y su pronunciación es pausada”.

 

Por otra parte, el periódico capitalino El Monitor. Diario del Pueblo el 27 de junio de 1885 publicó una semblanza sobre un tal José María Leyva Cajeme, que pareciera ser el “original” indio Cajeme, aunque proporciona algunos datos distintos a los aquí indicados:

 

El actual jefe de las tribus Yaqui y Mayo, Cajeme, vio por primera vez la luz en el año de 1842 en el pueblo de Torin. Fueron sus padres: Pantaleón Leiva Cajeme e Hilaria Buitimea (a) la Siboli. Recibió del padre Romanani las aguas del bautismo en el pueblo de Navojoa con el nombre de José María. Fue desde muy niño afecto a la caza, ocupándose en ella todo el tiempo que lo dejaban libre sus quehaceres de labranza.

 

Cuando solo contaba diez y ocho años de edad abandonó a sus padres por un disgusto que tuvo con ellos, yéndose a vivir a Álamos, donde se ocupó de portero en la casa de T. R. Bours; de allí se fugó por unas puñaladas que le dio a un mayordomo de la misma llamado Abraham Jollman [Hollman].

 

El año de 1872, cuando el gobernador de Sonora D. Ignacio Pesqueira fue a auxiliar al de Sinaloa contra el pronunciamiento del general Márquez, Cajeme se incorporó a sus filas. Dícese que durante la campaña dio pruebas de un valor y una pericia militar poco comunes, recibiendo, en pago de sus servicios, el grado de general [?].

 

En los ratos que le dejaban libre sus obligaciones como soldado, aprendió, debido a su constancia, a leer y escribir con mediana corrección.

 

Cuando quedó restablecida la paz, volvió Cajeme a su hogar, precedido de una fama poco común entre los de su raza. Era a la sazón jefe de las referidas tribus Julio Moroyoqui (a) el Jaguali, uno de los caciques más sanguinarios que han tenido los indios, razón por la que los blancos le llamaban el Nerón americano. Hizo el Jaguali efectivo el grado de coronel que Cajeme había ganado entre las fuerzas del gobierno. Dio pruebas de su talento administrativo arreglando varios tumultos que hubo debidos al mal gobierno del Jaguali. Poco a poco Cajeme fue adquiriendo más popularidad entre los suyos, dando lugar esto a que se suscitara entre los dos jefes una rivalidad de la que el Jaguali fue víctima. Dicen que un día se presentó Cajeme con diez de los suyos en casa del Jaguali y lo asesinó en medio de los vítores del pueblo que le proclamaba jefe absoluto. He aquí cómo subió al puesto que aún conserva en el día.

 

Tiene en la actualidad 43 años de edad; cuerpo regular, musculación hercúlea, cara regular con cierto aire de salvajismo y maneras bruscas. Es un excelente equitador [jinete] y nadador; tiene una fuerza de voluntad inquebrantable; mucha presencia de ánimo y un valor que raya en temeridad.

 

Asimismo, de Cajeme se contaban anécdotas como la siguiente: “Habiéndole sido negada en Navojoa la mano de una joven, que él pedía en matrimonio, se retiró al Yaqui, queriendo ahogar su amor con la ausencia, pero esto no sirvió más que para aumentar su pasión. Después cuando fue jefe de los suyos, no pudiendo ir públicamente a ver a la dueña de su amor, se disfrazaba y, resguardado por las sombras de la noche, llegaba a la casa donde le esperaba Juana Narváez, que así se llamaba la muchacha; pero noticiado R. J. Castro, que era un terrible guerrillero pretendiente de la misma joven, se puso a acecharlo en compañía de sus secuaces en un desfiladero por donde tenía que pasar; Cajeme no se hizo esperar, al poco rato lo vieron venir y cuando lo tuvieron cerca le hicieron una descarga que él contestó haciendo fuego con su pistola. Al poco rato de tirotearse, Castro y uno de los suyos quedaron fuera de combate y los demás pusieron pies en polvorosa, quedando Cajeme dueño de la situación”.

 

 

Esta publicación sólo es un fragmento del artículo "El legendario Cajeme" del autor Manuel Hernández Salomón, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 109