Arqueólogos del INAH descubren el Zócalo de 1843

Aquí la historia del basamento que dio origen al nombre del Zócalo
Luis Arturo Salmerón

Plaza de Armas, Plaza Principal, Plaza Mayor, Plaza del Palacio, Plaza de la Constitución… y, finalmente, Zócalo. Este último y definitivo nombre proviene de 1843 cuando después de haber sido derribado el enorme Mercado del Parián, conjunto de edificios comerciales que ocupaban más de una cuarta parte de lo que actualmente ocupa la plaza, Antonio López de Santa Anna, quien a la postre ocupaba la presidencia, queriendo embellecer la ciudad decidió erigir un monumento a la Independencia en el centro de la Plaza.

 

Para ello, se publicó en el periódico El Siglo Diez y Nueve la convocatoria firmada por el secretario de la Academia de San Carlos que contenía las bases del concurso para un “proyecto de monumento que recordará las acciones heroicas y campañas relativas a la Independencia mexicana en la Plaza Mayor”.

 

La comisión de artistas designados para evaluar las propuestas, decidió por unanimidad otorgar el proyecto al señor Dn. Lorenzo De la Hidalga. El ganador de esta justa, personaje importante de la época para la Ciudad de México, había sido el responsable de la construcción de la Plaza del Volador y del Teatro Santa Anna. Como dato curioso, ninguna de las construcciones De la Hidalga sobrevive hasta nuestros días: el Volador se destruyó a causa de un incendio en 1870, el Teatro Santa Anna fue demolido para ampliar la actual avenida 5 de mayo y el monumento destinado a la Plaza Mayor nunca fue concluido. En realidad, prácticamente nunca inició.

 

Se armó una base octagonal (zócalo) sobre cuyo basamento se edificaría el monumento: en cada ángulo, la estatua de un héroe de la Independencia a cuyo pie se albergarían los cuerpos de éstos. Sobre este basamento se construiría otro más con bajorrelieves y una estatua más en cada ángulo y, en el centro, una columna con capitel compuesto. Además, se contaría con fuentes, jardines y calzadas, como puede observarse hasta la fecha en la litografía que dibujó Pedro Gualdi.

 

El 16 de septiembre, coincidiendo con la conmemoración de la Independencia, se iniciaron las obras. Santa Anna mismo fue a colocar la primera piedra y con entusiasmo arrancó las actividades de manera febril, como todo lo que hacía su “Alteza serenísima”. Ocho días después se había terminado el zócalo y hasta ahí alcanzaron los recursos. A causa de la inestabilidad política y las deudas que el erario había asumido, debieron suspender momentáneamente las obras de embellecimiento de la Plaza Mayor. Santa Anna sólo estuvo un mes más en el poder. Cuando volvió ya estábamos en guerra con los Estados Unidos. Así que el zócalo se quedó ahí para que los paseantes se sentaran en su borde.

 

Desde entonces, los mexicanos, que somos muy dados a nombrar las cosas por su referencia, le llamamos a la plaza: Zócalo. Lo más interesante del caso es que hemos extendido ese nombre a todas las plazas centrales de nuestro hermoso país.  

 

 

La nota breve "¿Por qué el Zócalo?"  del autor Luis Arturo Salmerón se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 5